Como sociedad, hemos sido entrenados para pasar la mayor parte de nuestro tiempo, haciendo en vez de siendo. Incluso, las personas aprenden desde muy temprana edad que su valor como persona proviene de hacer y no de ser. Claro que nuestras acciones; en muchas ocasiones, reflejan quiénes somos pero no siempre es el caso.  A veces uno se puede sentir presionado a actuar de cierta manera y no necesariamente va alineado con lo que uno quisiera, necesita o desea.


En ocasiones, la presión por hacer nos hace perder claridad sobre si realmente estamos haciendo x cosa porque lo queremos y necesitamos o porque asumimos que debemos, que eso es lo que se espera de nosotros o que así es como las personas nos perciben.  Así, uno deja de caminar el camino del medio entre ser y hacer y se polariza en el polo del hacer. Cuando solo hacemos, dejamos de observar y cuando dejamos de observar, nos perdemos a nosotros mismos y por lo tanto, entendemos que nuestro valor en este mundo como personas proviene de actuar. Ufff y tener que estar actuando todo el día, se siente como si la vida fuera un trabajo. 


Ante esta dinámica, el bienestar pasa a un segundo plano. Cuando no hay capacidad de observar ni permiso de parar, uno deja de observar sus emociones, sus pensamientos y sus sensaciones. En definitiva, su mundo interno. Y cuando uno deja de estar en contacto con su mundo interior, se puede llegar a sentir como si vivieras con un extraño del cual tienes que huir todo el tiempo. 


Sin embargo, el mundo interno ahí está esperando para ser visto; muchas veces gritando para ser escuchado. Todo lo que no se expresa, encuentra su manera de salir y por lo tanto, uno termina actuando sus emociones.  En vez de uno sentir que puede manejar sus emociones; tal vez tratando de convencerse a uno mismo que se está logrando, sucede todo lo contrario. El  deseo es ‘ignorar’ para que desaparezcan porque al ‘hacer y hacer’ no hay tiempo para ser y por miedo a perder la identidad asociada con hacer, no hay permiso de sentir. Pero termina sucediendo todo lo contrario. Uno termina dependiendo de diferentes conductas para ‘anestesiar’ o las emociones terminan controlando la forma de actuar, pensar y vivir. 


El parar y observar, a veces  es visto como una pérdida de tiempo pero en realidad es todo lo contrario. Cuando observamos, entendemos que hacemos juicios pero no nos casamos con los juicios. Entendemos que solo son unas frases o palabras que corren por nuestra mente contándonos historias pero que no tienen que ver con la realidad que estamos viviendo. Aprendemos a separarnos del juicio y por lo tanto,  a ver nuestros pensamientos como pensamientos y nuestras emociones como emociones valga la redundancia. Así, entendemos qué necesitamos y cuando cubrimos los que necesitamos, nuestras emociones no nos controlan sino nosotros aprendemos a manejarlas para poder seguir caminando en dirección de lo que es valioso para nuestra vida.


Y por último, cuando nuestro valor está en ser, no corremos el riesgo de sentir que vamos a perder nuestro valor como personas si no estamos haciendo y por lo tanto, hay permiso para todas nuestras necesidades.

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